EL CAMINO DE SANTIAGO, una experiencia inolvidable

Recientemente he hecho parte del Camino de Santiago, por razones de tiempo sólo han sido seis etapas, pero que han sido más que suficientes para empaparme de la esencia de esta experiencia que para mi será inolvidable. Ha sido mi primer contacto con esta aventura y ya estoy deseando continuarla. Seis jornadas de madrugar, de fundirte con la naturaleza, de agotadoras y, a la vez, maravillosas horas caminando solo, o acompañado, según el momento, por personas que siguen el mismo camino que tú, cada uno con su razón, de distintas religiones o sin religión, de cualquier parte del mundo, con su alegrías y con sus penas, personas que te desearán de corazón "buen camino" y que se preocuparán por ti aunque acaben de conocerte, y por las que tu también te preocuparás, y con las que estarás dispuesto a compartir, sin dudar, los pocos bienes que se llevan en la mochila. 

Me parece que El Camino es como una vida resumida en la que cada uno busca su sitio, en la que cada jornada plantea duros retos que superar, retos que, como en la vida misma, a veces son insalvables sin un esfuerzo y un tesón que uno ignora que lleva dentro y que te hacen aprender que cuando uno dice "no puedo más" aún estás muy lejos de realmente no poder más. Luego viene la llegada al albergue, y la alegría de encontrar en él o de recibir a los compañeros de camino, de comentar la etapa y preparar la siguiente, y de sentir la pena por los que, como en la vida misma, tuvieron que irse a destiempo.
No se que se debe sentir cuando uno llega por fin a Santiago, pero me imagino que no se debe vivir como el final de algo, sino mas bien como el principio de otra forma de ser. Como en la vida misma.

A la salida de Torres del Río, en Navarra, en una piedra a los pies de la última casa, deje inscrita esta pequeña reflexión.

La dedico con cariño a los compañeros con los que inicie el viaje y también a los que encontré en él.




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